Por María José Lubertino. La exdiputada nacional (2003) hace referencias a “los peligros” que implicaría la repetición de resultados en las elecciones generales.
Javier Milei habla de “la casta” y ha logrado sintetizar allí una realidad que la gente percibe y enoja. Desde el “que se vayan todos”, esta bronca ya estaba presente y en los momentos críticos de mayor angustia económica vuelve a aflorar.
El hiperpresidencialismo acentúa que el líder máximo de cada fuerza termina definiendo las estrategias y armando listas con sus más fieles seguidores. A quienes desde dentro y fuera de las instituciones somos críticos y venimos denunciando contubernios no se nos ha escuchado. La mayoría de los políticos aparecen como privilegiados. Aunque no son los únicos, sus privilegios molestan porque ellos deberían ser “servidores públicos”. En política y en diferentes fuerzas hay “parásitos”, “chorros” e “inútiles”.
La política nos va expulsando. Generalmente quedan muchos obsecuentes, los “levanta manos” y funcionales con sus eternas reelecciones. Muchos de los que van quedando en esos cargos se van apartando de la vida cotidiana de sus electores: no mandan sus hijos a la escuela pública, no usan la salud pública, no toman el transporte público. Muchos se van a vivir a countries o torres de lujo.
Ya en 2021 hubo una alarma que no se quiso atender. Cuatro millones no votaron. En esta ocasión el voto a Milei fue un voto castigo a los aparatos. Con los millones que puso Larreta y el uso del aparato del Estado de la Ciudad no pudo ni siquiera ganarle a Bullrich. El voto a Milei debe ser un llamado de atención para todas las fuerzas políticas y para
quienes pretendamos aportar a ella. Se puede tener más o menos patrimonio: no se trata de que los políticos sean pobres, pero si hay que vivir con austeridad. Hay que rendir cuentas y mostrar en que se contribuyó.
La revolución liberal que propone Javier Milei está hecha de slogans con fuerte impacto emocional. Nos plantea con claridad meridiana que es una atrocidad pensar que “donde hay una necesidad hay un derecho” y que “la justicia social está precedida de un robo”. Cuestiona la existencia del Estado y promueve una lógica individualista e insolidaria. Un peligro impredecible en todos los aspectos.
El cambio total que propone Bullrich ofrece mano dura para ordenar un ajuste insensible, aún peor que el que estamos viviendo. Los que tenemos memoria recordamos el recorte en la educación pública y la baja de las jubilaciones del equipo que terminó yéndose en el helicóptero y nos condujo a la crisis del 2001. Ni que hablar de los retrocesos durante los cuatro años del mandato de Mauricio Macri y del retorno al endeudamiento que nos vuelve a someter al FMI. Es la crónica de una muerte anunciada.
La brutal disyuntiva de “Derecha o Derechos” sobre la cual deberemos militar en estos meses no nos hace olvidar todo lo que falta y el debate de fondo sobre una modelo de mal desarrollo injusto a nivel global y local.
Tanto Sergio Massa como el oficialismo deben mostrar honestidad y austeridad y promover los cambios que venimos exigiendo para garantizar mayor transparencia y prevenir la corrupción y los privilegios. Al mismo tiempo, tiene la responsabilidad de mejorar en concreto la actual situación económica y debe escuchar a la clase media que también la está pasando mal. Debe atender el debate de fondo que planteamos desde muchos sectores ecologistas, jóvenes y feministas para una transición justa y sostenible sin dilapidar nuestros bienes comunes.