Además de la pandemia del COVID, a nivel global, hubo y hay sucesivos y crecientes desastres que marcan un devenir preocupante de la civilización. Desde los incendios en el Amazonas, la ola de calor en el Ártico, la ola de frío en Texas y tornados por doquier en Estados Unidos, el blanqueamiento de la Gran Barrera de Coral al norte de Australia, las inundaciones en Vietnam, el ciclón Amphan en India y Bangladesh, la invasión de langostas en el desierto de Äfrica, la explosión del barco con nitrato de amonio en el puerto de Beirut, la extinción diaria de 150 especies, la bajante del Río Paraná que afectó a tres países de la región, el huracán Ida en Estados Unidos, las inundaciones de julio pasado en Europa – especialmente en Alemania y Bélgica- y las de la provincia de Henan en China, el ciclón Yaas sobre India y Bangladesh, el ciclón Seroja en Indonesia, la sequía en África oriental, inundaciones en Sudán del Sur y otras en India y Nepal, el ciclón Tauktae en India, el tifón Rai en Filipinas, entre otras de los últimos tiempos, muchas de las causas que las originaron se mantienen e incluso se profundizan.
Algunos hablan de “accidentes naturales”, otros de catástrofes… Pero si son causados por los humanos y podrían evitarse no son un accidente. Varios de los fenómenos meteorológicos más devastadores afectaron a los países más pobres, que han tenido bastante poco que ver con generarlos. En el 2021 los desastres naturales mundiales superaron los 250.000 millones de dólares en pérdidas. Sin duda esto nos lleva a exigir más financiamiento del primer mundo para paliar los efectos de su extractivismo. Pero hay algunas ayudas que agravan la situación.
Se habla de “Green New Deal” pero en la mayoría de los casos se proponen soluciones centradas en la descarbonización: “bonos verdes”, más explotación de litio o hidrógeno verde, y lejos de ser una solución, desatarán nuevas catástrofes.
En nuestro país y en nuestra región cada vez más frecuentes y graves incendios, olas de calor, inundaciones, sequías, desforestación, especies en extinción, desaparición o retraimiento de glaciares, bajante o secamiento de fuentes de agua. En este momento, en cinco provincias argentinas hay devastadores incendios forestales.
A América Latina le toca reconstruirse en un momento de caos global con dinámicas capitalistas que apuntan a continuar con la devastación de la Naturaleza y a aumentar las desigualdades, en medio de una crisis del multilateralismo regional.
Hay una profunda crisis de alternativas y un extendido hartazgo de la población frente a políticas extractivas que no son la respuesta adecuada. Los estallidos más recientes son síntomas del malestar de nuestra época en Ecuador, Chile, Colombia, Perú y Argentina. Se evidencia la incapacidad de los gobiernos de dar respuesta a esta situación y a estas crisis. Las instituciones de representación dieron y dan la espalda a los contundentes ejemplos ciudadanos de Mendoza y Chubut en contra del fracking y la minería con cianuro y el actual “atlanticazo” en contra la de la exploración sísmica en las costas de Mar del Plata.
Cruje la democracia. Aun los gobiernos populares y/o progresistas miran mucho más hacia ellos mismos y hacia el pasado que hacia el futuro. Las derechas autoritarias siguen firmes -aunque Trump haya sido derrotado y Bolsonaro probablemente también lo sea-. Los Milei surgen como consecuencia de la no respuesta de la política. Además, hay otras derechas que se reconfiguran para parecer amigables y se funden con los retroprogresismos, pseudo-progresistas, progresistas timoratos o conservadores. Estos últimos se van asimilando a las derechas moderadas y son más fuerzas de contención que de transformación. ¡Hablan de justicia social sin comprender que la justicia ambiental es parte de aquella y que el mapa de la destrucción ambiental y el de la pobreza son el mismo!
Alguna expectativa puede vislumbrase en Chile y Colombia, porque parten de un proyecto societal con mayor conexión con movimientos populares de nuevo cuño. Habrá que ver si allí se dibujan nuevos horizontes y si se produce una recomposición de nuevas izquierdas o nuevas fuerzas del campo popular con centralidad en los territorios.
Entretanto, en general, los actores políticos dicen poco sobre estos temas. Silencio, ninguna respuesta o subestimación de esta agenda. Hasta ahora los Estados asumen compromisos internacionales, pero no se salen del posicionamiento hegemónico donde la receta sigue siendo la acumulación por descarbonización como mirada corporativa y única.
Pero emerge otro modelo: el de la justicia socio-ambiental. No se trata solo de cambiar las fuentes energéticas o lo que se produce. La transición no pasa solo por la producción de más energía sino por su mejor aprovechamiento. Lo mismo en relación al agua, el uso de la biomasa y los procesos de racionalización del consumo y del transporte.
Construimos las alternativas desde los márgenes: los movimientos ecologistas, emergentes movimientos juveniles, las ecofeministas, las comunidades indígenas, algunos movimientos sociales y campesinos como los únicos que estamos hilvanado y gestionando propuestas de transición justa.
El Pacto Eco-social del Sur fue pionero en plantear una propuesta integral que no separa lo social de lo ambiental y que muestra las conexiones entre el patriarcado y el extractivismo con una mirada de género y diversidades.
En toda Latinoamérica hay redes preexistentes y gran parte de las experiencias nacieron en la resistencia. Hay alternativas esencialmente sociales, comunitarias, de gestión, de disputa del territorio o donde el Estado no existe o no da respuesta. Así son, en materia de transición energética el movimiento anti grandes represas en Brasil y Colombia, las escuelas de formación en Brasil y alternativas en Colombia (como el trabajo con biodigestores), los movimientos urbanos contra el aumento a la energía, el Colectivo Madreselva en defensa de la biodiversidad en Guatemala, las Brigadas solidarias del Sindicato de Energía Eléctrica de Uruguay, las alternativas hidráulicas a pequeña escala, las de soberanía alimentaria, consumo y producción locales.
Son experiencias de gestión comunitaria y transición energética popular en disputa a la lógica de los proyectos extractivistas en la región. No hablamos de experiencias románticas. Existen en concreto en cooperativas y comunidades. No son garantía, pero son la oportunidad que tenemos de ir tramando cambios.
Se impulsa un cambio en el modelo de relaciones para generar y fortalecer experiencias que aporten a la desmercantilización de la Naturaleza, a la desprivatización (en el sentido no solo de fortalecer lo público sino también lo comunitario), a la democratización, desconcentración y descentralización en la gestión de los bienes comunes, en la generación de energía, en la producción y consumo.
Otro camino es posible. Dependerá de los gobiernos escuchar con humildad y apoyar los saberes que surgen desde abajo o seguirán repitiendo malas recetas que nos han traído hasta estas desgracias que pueden evitarse.
*Doctora en Derecho. Especialista en Derecho Ambiental. Presidenta de la Asociación Ciudadana por los Derechos Humanos. Integrante de la Red de defensoras del Ambiente y el Buen Vivir. Twitter: @Lubertino