Las tareas invisibilizadas de las mujeres demandan mucho tiempo y privan de tener tiempo libre o estudiar o trabajar en un empleo remunerado.
El tema de los cuidados se instaló con fuerza como clave en el campo de los derechos de las mujeres en el último tiempo, a pesar de que es un tema que desde hace décadas venimos debatiendo desde los movimientos feministas y de mujeres de nuestra región y del mundo.
Hay muchas tareas que hacemos de la mañana a la noche y que hacen que el mundo funcione (limpiar, cocinar, lavar, planchar, asistir a personas mayores, pagar cuentas, cuidar a personas que requieren asistencia como niños, mayores o algunas personas con discapacidad, pensar que comer, separar los residuos y sacar la basura, entre otras). Estas tareas invisibilizadas demandan mucho tiempo y privan a quien las hace de tener tiempo libre o estudiar o trabajar en un empleo remunerado.
Desde hace más de tres décadas a través de las encuestas del uso del tiempo hemos demostrado como las mujeres hacemos el 90% del trabajo de cuidado, como las mujeres trabajamos el doble o hasta el triple que los varones si se computan las trabajos de cuidados y como la falta de remuneración de estas tareas es injusta y conspira contra nuestro bienestar y el de nuestras familias.
El sistema por un lado no puede funcionar sin las tareas de “reproducción social” o cuidados y por otro se niega a pagar sus costos o les reconoce escaso o nulo valor económico. Algo similar ocurre con la Naturaleza, a la que trata como recursos ilimitados sin medir las consecuencias de su devastación. Así hoy se dan en casi todo el mundo explosivos debates en relación al acceso a la salud universal, la educación gratuita, la justicia ambiental, el acceso a energías limpias, la vivienda y el transporte público en el marco de la crisis del sistema y la reacción social ante crecientes injusticias.
Insistimos desde diferentes ámbitos que cuidar, ser cuidado y cuidarnos, tiene que estar en el centro de nuestras preocupaciones para avanzar en la construcción de mundos más vivibles. Los cuidados como faro, como palanca y como foco, como forma de abordar la crisis global que no es nueva pero que la pandemia del COVID-19 explicita y hace cada vez más evidente.
Ha habido importantes experiencias de reflexión y trabajo participativo que tomamos como antecedentes en Rosario y en Córdoba. En la Ciudad de Buenos consagramos en 1996 la democracia participativa, la descentralización en comunas y la paridad entre mujeres y varones, sin embargo después de un impulso inicial, muchas de las normas han sido bloqueadas. Sin embargo la ciudadanía vigorosa se autoorganiza y da batalla para que no muera aquel espíritu constituyente. Así miles de resistencias al sistema extractivista patriarcal urbano en todas sus formas en cada barrio y en cada lucha colectiva por los espacios verdes y públicos y los bienes comunes como así también en la construcción del Interconsejo consultivo para que no mueran las comunas.
Ahora las mujeres desde los barrios de las 15 comunas nos articulamos y organizamos para cuestionar un planeamiento urbano que nos excluye en su elaboración y que nos descuida a todas. Las ecofeministas elegimos pensar las ciudades y los territorios desde un enfoque complejo e interseccional, entendiendo que los debates que estamos dando hacen referencia tanto a nuestro primer territorio (nuestros cuerpos) como también a aquello que excede lo urbano y que refiere a los territorios en general.
Por ello llevamos adelante un proyecto colectivo con más de 20 organizaciones de mujeres, sociales, barriales y ambientales de la Ciudad de Buenos Aires y donde hasta ahora – en la mitad del proceso- ya han participado más de 400 mujeres de las diferentes comunas en donde reflexionamos de modo colaborativo en torno a lo que supone el derecho a la ciudad desde una mirada feminista y de allí retomando las categorías de cuidados y del urbanismo feminista proponemos los cambios que queremos y consideramos necesarios para nuestros barrios y para el conjunto de la Ciudad y la región metropolitana.
Las mujeres pensamos las ciudades no solo a nuestra medida sino pensando en todos: en niños, adultos mayores, personas con discapacidad, migrantes, personas Lgbt, personas no humanas y la armonía con la Naturaleza. Igual que contribuimos a visibilizar las violencias, a instalar nuevos temas, tales como la división sexual del trabajo, el cuidado, la salud sexual y reproductiva, nuestros derechos sobre nuestros cuerpos y nuestras sexualidades.
Desde la perspectiva feminista la habitabilidad importa incorporar en las políticas de gestión territorial y en la escala microlocal: 1) Distribución equitativa de tareas y un compromiso solidario y equilibrado entre los integrantes de la comunidad; 2) Espacios libres de violencia; 3) Espacios para el encuentro y la colectividad que dignifiquen la experiencia de ser peatón y garanticen la accesibilidad; 4) Acuerdos para la convivencia que posibiliten mantener las redes de sostenimiento de la vida con equidad en las responsabilidades entre géneros; 5) Recuperación de la memoria: espacios que respeten lo ocurrido/construido y faciliten la elaboración de duelos colectivos y pérdidas.
En el caso específico de Buenos Aires las conclusiones más relevantes hasta ahora en materia de infraestructura de cuidados son la falta de acceso al agua (1 de cada 7 habitantes no tiene acceso), la falta de infraestructura educativa para niños de 45 días a cuatro años (faltan 400 escuelas para la demanda insatisfecha), la falta de educación con doble escolaridad, la falta de acceso a internet gratuito para quienes estudian, la falta de gabinetes de apoyo para niños con dificultades en el estudio, la falta de asistencia en salud mental, la falta de espacios públicos y gratuitos de socialización para adolescentes y jóvenes, la falta de espacios públicos y gratuitos deportivos, la falta de espacios verdes y públicos (1,5 m2 por habitante en lugar de los 10 a 15 recomendados por la OMS, en paralelo a la alarmante privatización de 500ha de espacios públicos en los últimos trece años de las cuales 150 ha eran verdes) y su inequitativa distribución en la ciudad, la falta de accesibilidad y el agravamiento en las condiciones de habitabilidad para personas mayores y en situación de discapacidad y la inequitativa distribución entre el Norte y el Sur de la Ciudad de centros de día para personas mayores. Estas falencias impactan espacialmente sobre nuestras vidas y cuerpos como mujeres.
Presidenta de la Asociación Ciudadana por los derechos humanos. Especialista en Derecho ambiental y Doctora en derecho UBA. Fundadora de la Red de Defensoras del Ambiente y el Buen Vivir.